15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Ya te avisé que no estaría a mano. ¿Nunca van a aprender en ese diario a equivocarse solos? –¿No son angelicales? -dice Verónica. Cuando a una sociedad la empiezan a analizar los sociólogos, ay mi Dios, se jodió, como el que cae en manos del psiquiatra. Por eso no analicemos y sigamos: "Con el radio apagado, señor taxista, que ya tengo muy oído ese vallenato, y no lo resisto". –¡Hijueputas! -nos decía en el colmo de la desesperación de su rabia. Aquí el almuerzo era a las doce, pero con este cambio de las costumbres se ha ido pasando para la una y media. Alexis se guardó el revólver y seguimos caminando como si nada. Es lo mejor en estos casos: como si nada. Correr es malo. El que corre pierde la dignidad y se cae y lo agarran. Además, aquí desde hace mucho, pero mucho es mucho, ya nadie persigue ladrones. En mi niñez, recuerdo, los transeúntes viles, amparados por la dizque ley, solían correr tras el ladrón. Hoy nadie. El que lo alcance se muere, y el alma colectiva, gregaria, ruin, la jauría cobarde y maricona ya lo sabe. ¿Muchas ganas de perseguir? Se queda quietecito y nada vio, si quiere seguir viendo. Policías en torno no había y mejor para ellos: tres tiros le quedaban a mi niño en el fierro para ponerles a otros tantos en la frente su cruz de ceniza. Para morir nacimos. De preñez en preñez, de parto en parto, poseída por una furia reproductiva que la impelía a amontonar hijos y más hijos en una casa de espacio finito regido no por la enmarihuanada mente de Einstein sino por el inflexible axioma de que un cuerpo no puede ocupar simultáneamente el lugar que ya ocupaotro, tratando de ajustar los doce apóstoles pero sin lograrlo porque también le nacían mujeres, entre niños y niñas la Loca pasó por el número doce y se siguió rumbo al veinte. A los doce hijos mi casa era un manicomio; a los veinte el manicomio era un infierno. Una Colombia en chiquito. Acabamos por detestarnos todos, por odiarnos fraternalmente los unos a los otros hasta que la vida nos dispersó. Pero estoy anticipando, rompiendo el orden cronológico e introduciendo el desorden. ¡Cuánta agua de alcantarilla no arrastró el río antes de mi subida a las comunas! En tanto, por lo pronto, suelo divisarlas desde mis terrazas con Alexis a mi lado. Mi corazón a mi lado. Esas de allá, niño, rumbo al mar, hacia el norte, son la nororiental y la noroccidental, las más violentas, las más famosas: enfrentadas en opuestas montañas viéndose, calculándose, rebotándose sus odios. Corrígeme si me equivoco. Pero una vez que las parejas empiezan a desbarrancarse no hay manera de retroceder, aunque sea sólo uno el que está cayendo. Al diálogo infortunado de la noche siguió la noticia fatal de la mañana siguiente. Ángela llamó a su padre por el celular y le anunció que la abuela había muerto de la peor manera posible. Dos semanas atrás -con[ó-, el médico le había permitido abandonar elhospital y volver al caserón del lago Torch. Para no dejarla sola, a Brenda se le ocurrió pasar algunos días allí con las mellizas. La noche anterior habían ofrecido a los vecinos una fiesta pantagruélica, en la que todos se hartaron de truchas, tilapias, pollos al ajo y vinos del valle Napa.A medianoche se acostaron tan extenuadas que dejaron abiertas las puertas del granero y olvidaron cubrir las jaulas de los zorzales. La abuela, que tenía el sueño frágil de un recién nacido, se levantó antes del amanecer y descubrió un estropicio de plumas ensangrentadas y pájaros sin cabezaentre las parvas de comida. Ángela contó que sólo mucho más tarde los tramperos del lago Torch reconstruyeron lo que había sucedido. Durante la noche, dijeron, la casa y el granero fueron invadidos por animales depredadores: acaso bandas de gatos salvajes que anidaban en el bosque o esa comadreja asesina que en Estados Unidos se llama opossum y que hace estragos en las huertas. El terror debió de paralizar la garganta de los pájaros y la matanza sucedió en silencio. Pero no lo sabían cuando la abuela apareció como un fantasma en el cuarto de las mellizas y se desplomó sobre la camade Ángela, segada por el relámpago de dos infartos consecutivos. –Si, m'hijo -me contestó. Y emprendía veloz carrera el niño por el corredor de la finca Santa Anita a darse de cabezazos contra el piso, cerca de unas atónitas azaleas. ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! contra las duras, frías baldosas. –Sobre todo si la mujer se ha sacado los zapatos. Te agachaste a recoger tus sandalias. Tuve la sospecha de que ibas a entrar en el aula llevándolas en la mano. En la cocina me tropecé con Marta y me eché a reír. Me acordé del diagnóstico que acababa de hacerle mi hermano Manuel: que estaba la pobre tan flaca que se le podía tomar una radiografía con una vela. Y así era, en efecto, la angustia la iba a matar. Si papi no se moría pronto de lo que tuviera, se moría ellade angustia antes que él. Lo cual me afirmó en mi decisión. Yo estaba aturdido, oh hermanos míos, y no podíavidear muy claro, pero me parecía que había conocido antes en algúnmesto a estosmilitsos. El que me sostenía, diciendo: -Vamos, vamos, vamos- en la puerta principal de labiblio pública, era unlitso nuevo, aunque parecía muy joven para estar con losmilitsos. Pero los otros dos tenían unas espaldas que yo habíavideado antes, estaba seguro. Repartían golpes a loschelovecosstarrios y lo hacían con mucho placer y alegría, y losmalencos látigos silbaban, y lasgolosascrichaban: -Vamos, muchachos desobedientes. Esto les enseñará a no provocar desórdenes perturbando la paz del Estado, individuos perversos-. Así empujaron de regreso a la sala de lectura a losstarrios vengadores, jadeantes, gimientes y casi moribundos; luego se volvieron,smecando todavía, luego de tanta diversión, y mevidearon. El mayor de los dos exclamó: –Oíme -murmuró. –¿Y por qué se tiene que callar? -protestó papi desde su marasmo, defendiéndola con sus últimas fuerzas. Tomaba Artensol para bajarse la presión, pero como el Artensol le bajaba también el potasio, entonces se subía el potasio con jugo de naranja y bananos..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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