15 de enero de 2025
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La chica y el muchacho seguían allí. Absolutos y solares. –Para qué estar despierta, digo yo. Este mundo es sólo maldad y sufrimiento, sufrimiento y maldad. –Podría haberle sacado losglasos realmentejoroschó -dijo el Lerdo, y las viejasbábuchcas continuaban la cantinela: -Ah, gracias, muchachos. –No lo dejen ir. Ahora le enseñaremos cómo se castiga, basura criminal. Agárrenlo. -Y créanme, hermanos, o hagan la otravesche, dos o tres de estosstarrios tembleques, de unos noventa años por cabeza, me aferraron con las viejasrucas temblorosas, y casi me derribó elvono de vejez y enfermedad que despedían estoschelovecos medio muertos, casi me enfermó de veras. Elveco de los cristales estaba ahora sobre mí, y había empezado a acariciarme ellitso conmalencos y débilestolchocos, y yo trataba de apartarme y deitear, pero esasrucasstarrias que me sujetaban eran más fuertes de lo que yo había creído. En eso otrosvecosstarrios vinieron cojeando desde los atriles de lasgasettas para darle lo suyo a Vuestro Humilde Narrador.Crichabanvesches como«Mátenlo, aplástenlo, asesínenlo, rómpanle los dientes» y toda esacala, yvideé bastante claro lo que ocurría. La vejez tenía la oportunidad de cobrárselas a la juventud, eso era lo que ocurría. Pero algunos decían: -Pobre viejo Jack, casi mató al pobre viejo Jack, puerco asesino -y así sucesivamente, como si todo hubiera ocurrido ayer. Supongo que así era para ellos. Ahora una multitud de viejos sucios, agitados yvonosos trataba de alcanzarme con las débilesrucas y las viejas y afiladas garras,crichando y jadeando, y eldrugo de los cristales siempre al frente, tirándome untolchoco tras otro. Y yo no me atrevía a hacer una sola y solitariavesche, oh hermanos míos, porque era mejor recibir golpes que enfermarse y sentir ese horrible dolor; aunque, por supuesto, la violencia de losvecos me hacía sentir como si la náusea estuviese espiando desde la esquina, paravidear si había llegado el momento de salir al descubierto y dominar la situación. Les hablaba en colombiano. –Que yo no me arriesgaría a rechazar, a cambio de nada, a un hombre que me quiere. Si así te gusta más. El tono del doctor Cantilo es afable, casiíntimo. La pregunta es una pregunta real. Espósito piensa que esta conversación no está sucediendo. Este parque es otro. Hace un momento, sin ir más lejos, este lugar estaba lleno de gente y se oían canciones. Todavía se oyen, si uno pone atención, pero apagadas y lejanas. Me dolían los músculos del estómago; sentía una anormal necesidad de reírme. Era como estar cometiendo un crimen impune. Verónica no podía caer en la vulgaridad de defender a Cantilo, de alegar, por ejemplo, que aquel hombre era un excelente agrónomo o elogiarme las virtudes de su dentadura. No mientras estuviera desnuda en esa cama. –No existe. Y si no, mira en torno, por todas partes el dolor, el horror, el hombre y los animales matándose unos a otros. ¡Qué va a existir ese asqueroso! –Hay algo malo en esta casa. –¿Qué estás esperando, entonces? Sentate a escribir sobre esa muerte. En esos meses leí casi todos los cuentos de Cortázar, dos novelas horribles de Barbara Cartland, los poemas completos de Benedetti que me habían regalado para mi cumpleaños, las antimemorias de Malraux, y también leí los cuatro evangelios, de punta a punta. Fíjese qué mescolanza. Los evangelios eran una asignatura pendiente que me quedaba de las misas de los domingos, donde los curas los explicaban en una dirección y yo los entendía en otra. Veía sinsentidos donde nadie más los veía, aunque en esa época a los sinsentidos yo los llamaba misterios. Teníamos clases de religión con la hermana superiora y allí cometí un error fatal. El día anterior había estado distrayéndome con la genealogía de Jesús que está al comienzo del Evangelio de san Mateo y cuando la monja dijo que, de acuerdo con las sagradas escrituras, el mesías debía descender en línea directa del rey David, uno de esos sinsentidos me saltó a la mente. Según san Mateo, Abraham es el padre de Isaac, y éste es padre de Jacob. La sucesión familiar llega en línea recta al rey David. Después hay otros veintidós varones que se van transmitiendo el sagrado linaje masculino hasta un punto que todavía recuerdo de memoria: «Nathan engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo». Levanté la mano, sin pensar en lo que estaba por decir. «Profesora: David es antepasado de José, ¿verdad?» «Así es como debe ser», respondió ella, impaciente. «2Cómo es posible entonces», dije, «que Jesús descienda de David si es hijo de Maria, no de José?». La monja alzó los ojos al techo y suspiró: «La fe sigue caminos que no conocemos, Reina. No hay que discutir ni averiguar. Hay que aceptar». En ese momento tendría que haberme sentado con cara de sumisión. Pero seguí de pie y dije: «En el evangelio está clarísimo, hermana. O Jesús era hijo de José y la virgen no era virgen, o Jesús no era el mesías». Esa blasfemia la sacó de quicio. Me dejaron encerrada en la dirección hasta que mi padre fue a buscarme. La superiora creía que me había vuelto loca. Si quiere seguir en este colegio, dijo, tiene que copiar mil veces en el cuaderno la frase «Nuestro Señor Jesucristo es el mesías hijo de una virgen inmaculada y descendiente directo del rey David». Pasé la tarde llorando mientras escribía mi penitencia. La habré copiado cuarenta, cincuenta veces, hasta que me di cuenta que era una injusticia atroz y no quise seguir adelante. Preferí que me expulsaran. Mi padre me golpeó, mi madre fue a la iglesia a rezar por la salvación de mi alma, pero no di el brazo a torcer. Tuve que estudiar el quinto año libre, en mi casa. –Me alegro, caballeros, de que se haya suscitado esta cuestión del Amor. Ahora veremos en acción una forma del Amor que creíamos muerta, junto con la Edad Media. -Se apagaron las luces y otra vez se encendieron los reflectores, uno enfocado sobre vuestro pobre y doliente Amigo y Narrador, y en el pedazo iluminado por el otro rodó o se deslizó la más hermosadébochca joven que uno hubiera podido imaginar en toda lachisna. Es decir, tenía unosgrudos realmentejoroschós, que casi sevideaban enteros, porque llevaba unosplatis que bajaban y bajaban y bajaban por losplechos. Y tenía lasnogas comoBogo en el Paraíso, y cuando caminaba uno sentía que se le revolvían lasquischcas , aunque ellitso era unlitso dulce y cordial, joven e inocente. Se me acercó y era de luz, como la luz de la gracia celestial y toda esacala, y lo primero que me vino a lagolová era que quería tumbarla ahí mismo, sobre el suelo, para hacer el viejo unodós unodós realmente salvaje, peroscorro como un tiro me atacó la náusea, como un detective que hubiese estado vigilando desde la esquina y ahora viniese a hacer el arresto. Y elvono del agradable perfume de ladébochca inició un movimiento en misquischcas, y así entendí que tenía que pensar de otro modo en ella, antes que el dolor, la sed y la náusea horrible se me echasen encima verdaderamentejoroschós. Así quecriché: Hubo una pausa formidable. El muchacho se vio en la obligación de aclarar que no, que sobrino no era su parentesco con alguien sino su apellido, y yo, de no sentirme tan preocupado en averiguar de qué quería olvidarme, habría soltado una carcajada. Porque la pregunta no la había hecho yo, sino el jujeño. Tu nombre aparece cuatro veces. Así, de sopetón, con la rotundidad de un rayo que cae sin decir agua va es como damos las noticias los que fuimos educados en una casa de locos por una loca. Qué le vamos a hacer, así hemos sido y somos y seguiremos siendo; el árbol torcido no lo endereza nadie. Claro que con esa forma de dar uno las noticias a veces uno mata al que las recibe, pero eso está bien, ya no cabemos, hay que controlar como sea el desenfreno de la población. –¿Y por qué no las vendían?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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