15 de enero de 2025
Comentario destacado
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Pero Toro estabasmotando con larota abierta algo que había salido de micarmano junto con el precioso dinero que había dejado en la mesa. Laureano no la miró. Habló con mucha lentitud. Al día siguiente de las exequias, que congregaron a los presidentes de Argentina, Chile y Venezuela, asistí a la lectura del testamento, depositado en la sucursal del Banco de Santander. Se había previsto que la ceremonia fuera estrictamente privada y tuve que movilizar todas mis influencias para que nos permitieran entrar a Brenda y a mí. Fue una precaución vana, porque los enviados de televisión de quince países forzaron el frágil cordón de seguridad e invadieron el salón Embajador del hotel donde estábamos reunidos los abogados, un trío de escribanos, la primera esposa del difunto con su único hijo y sus nueve hermanos, además de un número escaso de testigos. Como el presidente suicida seguía aún casado con la actriz de telenovelas, se descontaba que esa mujer irla a reclamar al menos la mitad de los bienes. No estaba allí, sin embargo. La representaba su padre, un hombre pálido, delgado, que fumaba con avidez un cigarrillo tras otro. Tenía obsesión por las naranjas desde que papi compró La Cascada, una finca que sólo producía esas frutas odiosas, y a la cuerda se le metió entonces en la cabeza que teníamos que ser autosuficientes y «economizar» desayunando, almorzando y cenando naranjas. Uno, que anoche uno de sus compinches, de sus "parceros", un guardaespaldas de un capo, se había matado jugando a la ruleta rusa. Que sacó cuatro balas del tambor del revólver, se lo llevó a la sien y que jaló el gatillo: la primera de las dos balas que dejó, sin darle chance a la segunda, le despeputó los sesos. –Dónde estás -oigo ahora. Me hubiera gustado saber quién era el marqués. Caminamos otra cuadra y llegamos a la esquina de la plaza San Martín. Sin decir una palabra, señalaste una casa colonial de la vereda de enfrente. Sólo quedaban el gran balcón y la desolación de la portada; lo demás había que imaginarlo, o quizá soñarlo, pero era de una belleza angustiosa. Y, sin embargo, no es la casa del balcón lo que me estás mostrando. No es la casa sino lo que han hecho con ella. Un negocio de souvenirs, suponiendo que ésa sea la palabra adecuada. Un cambalache. Entonces creí comprender algo: me habías llevado allí para que lo viera. Tu gesto en silencio, al mostrármelo, era como un puente entre la noche anterior y este encuentro. La casa del marqués, eso también había sido un puente. Una broma a costa mía, pero al fin de cuentas conmigo. Y el obispo o la marquesa desconocidos no reaccionan así cuando el energúmeno les pregunta por qué no han viajado a Marte, lástima que ahora se hacía cada vez más difícil iniciar un diálogo razonable y el silencio amenazaba separarnos con la consistencia de un vidrio blindado. XIX Reina llegó a la estación de ómnibus poco después de mediodía. Un olor a fritangas y carne asada impregnaba las calles. En los zaguanes y desfiladeros que separaban las bisuterías regenteadas por viejos judíos de las tiendas coreanas donde se vendía ropa de marcas falsas, yacían tropillas de mendigos. Una chiquita de tres o cuatro años, desfigurada por costras y cicatrices, se desprendió de la vigilancia de la madre y se aferró a los tobillos de Reina, pidiéndole una moneda. De entre las mesas y frazadas tendidas en la vereda por peruanos que ofrecían tanto hierbas naturales como teléfonos celulares de contrabando, surgió también un coro de chicos implorantes. Espantada por el olor a mierda y orines y por el horror a la sarna y los piojos, Reina tomó un puñado de monedas, lo dejó caer sobre los mendigos, salió corriendo. Siempre había sido aprensiva. Se lavaba las manos a cada rato. Las llagas ajenas le daban espanto, y no entendía historias como las de Evita Perón, que había besado a los sifilíticos y a los leprosos para demostrar que compartía los sufrimientos del pueblo. Ella no podía soportar siquiera la vista de una víctima de muermo, como las que se veíana veces en las caballerizas. –Está bien, deja de tomártelas con el Lerdo, hermano. Eso es parte del nuevo estilo. "Es que yo estudié con los curitas salesianos del colegio de Sufragio. Con ellos aprendí que la relación carnal con las mujeres es el pecado de la bestialidad, que es cuando se cruza un miembro de una especie con otro de otra, como por ejemplo un burro con una vaca. ¿Ves?" Después, sabiendo que me iba a contestar que sí, por no dejar, le devolví la pregunta y le pregunté si a él le gustaban las mujeres. "No", contestó, con un "no" tan rotundo, tan inesperado que me dejó perplejo. Y era un "no" para siempre: para el presente, para el pasado, para el futuro y para toda la eternidad de Dios: ni se había acostado con ninguna ni se pensaba acostar. Alexis era imprevisible y me estaba resultando más extremoso que yo. –La edad de Nacho. Más o menos tu edad. Me llamo Esteban Espósito, no es un buen nombre. –Tal vez. Ya salió la sentencia del divorcio, ate lo dijo Sicardi? Brenda se quedó con todo el dinero que yo tenía en los Estados Unidos, los bonos al portador, los plazos fijos. Sólo me ha dejado la casa de San Isidro. Para qué quiero un lugar tan grande. Alguien lo toma del brazo. –Volverte a tu pueblo, pegarte un tiro o hacerte comunista..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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