15 de enero de 2025
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I Cuando iniciábamos la subida por la carretera de Rionegro se soltó a llover: una lluvia densa, cerrada, que ocultaba el paisaje. Así que la última vez que vi a Antioquia fue unas semanas atrás, bajando a Medellín del aeropuerto, a mi llegada. ¡Quién iba a decirlo, quién iba a saber! Lalo, sonriendo, había entrado repentinamente en la sala, se había acercado a Guerri y, a media voz, pero de modo tan inequívoco como para que resultara imposible dejar de escucharlo, le dijo dos palabras a unos centímetros de su cara. Mequetrefe, le dijo. Mierdita. Y su tono fue tan encantador e inofensivo que parecía no haber hablado. Ahora yo me voy a desprender la bragueta y vos me vas a besar las pelotas, murmuró después sin dejar de sonreír. Miraba a Guerri a los ojos como si aquellas palabras fueran una conclusión natural, el resultado de algo que sobreentendido por el otro no requiere mayor explicación. Verónica, allá lejos, en el centro de un grupo que escuchaba extasiado el saxo de Paul Desmond, había comenzado a encender un cigarrillo, el alto señor canoso, junto a una de las ventanas, alzó su vaso hasta la altura de los ojos y sonrió hacia alguien que debía de estar en algún lugar del parque. Esteban y Bastián seguían mirándose. Lalo, con una naturalidad y una calma que habían hecho casi imperceptible el gesto, comenzaba, o mejor, ya había comenzado, a desabrocharse el pantalón sin dejar de mirar a Guerri a los ojos, mientras susurraba que aquella operación iba a tener que realizarse ahí mismo, y se desprendió otro botón, pero ya no sonreía y su mirada y su rostro habían adquirido una impresionante y helada dureza, a menos, agregó, que vos tengas una idea mejor, pequeño canallita. Y mientras con la mano derecha seguía desabotonándose la bragueta, alzó la mano izquierda hacia el hombro de Guerri, de modo que por un instante dio la impresión de que fue el peso de su brazo lo que le aflojó al otro las rodillas. Espósito sintió que alguien debía impedir que ese hombre se arrodillara, si es que aquello estaba a punto de ocurrir realmente. Sinsaber por qué, supo que Bastían sentía lo mismo. Ni él ni Bastían se movieron. Fue Lalo, fue la mano huesuda y tensa del cazador la que ahora, tomando la camisa del combatiente a la altura de la pechera, levantó en peso al otro hasta el nivel de su cara. En el segundo siguiente estaban en el otro extremo de la habitación: Lalo había arreado a Guerri, a impulsos de tres o cuatro bofetadas monumentales, prácticamente en el aire, hasta una de las ventanas que daban al parque. Volvió a sujetarlo por la pechera de la camisa y lo sostuvo ahí, un instante. Farsante mequetrefe, decía con inquietante serenidad, sin perder el tono afectado y equívoco que tan curiosamente llamaba la atención en aquella formidable humanidad de casi noventa kilos. Mequetrefe comemierda, decía, mientras el cuerpo colgado de su brazo se bamboleaba como si estuviera relleno de estopa. A mí me vas a contar el cuento de la Sierra. Fuera del callejón impalpable que formaban, en un extremo, el marco de la ventana y, en el otro, Espósito y Bastían, los sonidos y los movimientos de la fiesta parecían en suspenso, como si toda esta escena sucediera dentro de un paréntesis. Este payaso, decía Lalo, ¿este payaso en la Sierra? ¿Ustedes saben quién es este mequetrefe? Abrió la ventana, sin soltarlo. Explicales a nuestros marmotas por qué volviste a la Argentina. Si el otro tuvo intención de hablar, de explicar o siquiera de preguntar algo, Espósito no lo supo nunca; sólo vio el terror en su cara gris y patética, los párpados apretados de espanto. No quiso seguir siendo testigo de aquello y desvió los ojos: se encontró con los ojos de Bastián. Todo esto, del principio al fin, no había durado más de treinta segundos. Tampoco se hablaban con frecuencia por teléfono. Después de muchos meses, el viernes oíste su voz sin el menor presagio, y luego, el lunes, te enteraste de que, mientras la olas, esa voz ya había entrado en la locura. –No me gusta hablar de mí -dije. Sonreías con aire burlón y adulto. Pasados tantos años y repensando desde el presente con cabeza fría la rabia hirviendo salida de toda madre que en esos instantes me dio, me doy cuenta ahora de que si papi se había convertido en la sirvienta de la Loca yo estuve a un paso de convertirme en la de la Muerte. Dos trabajos sucios le había hecho yaa la haragana y quería más… ¡No más faltaba! Para privarlos del espectáculo del levantamiento del cadáver que es el que nos toca dar a los que morimos en la vía pública, y que tan íntimo gozo les produce a los que creen que siguen vivos porque están de pie arremolinados, con su vileza en torno. Al primero que vi, un basuquero de esos que se han apoderado de la avenida y que duermen en sus bancas, le pedí el favor: que me detuviera un taxi y me ayudara a subir a mi niño. Él fue el que me lo detuvo, él fue el que me lo ayudó a subir. Le di unas monedas y el taxi arrancó. Bueno, hermanos, lo queél había escrito era una cosa muy larga y dolorida, y mientras la leía yo lo sentía mucho por el pobremálchico quegoboraba de sus sufrimientos y de cómo el gobierno le había carcomido la voluntad, y de que todos losliudos no debían permitir que un gobierno tan podrido y perverso gobernase de nuevo, y entonces, claro, comprendí que ese pobre y dolientemálchico era nada menos que Vuestro Humilde Narrador. -Muy bueno -dije-. De verasjoroschó. Bien escrito, oh señor. -Y entonces elveco volvió a mirarme con mucho cuidado y dijo: –¿Por qué esos párrafos, justamente? Son lo mejor del artículo. Si quiere, los corrijo y digo que la idea era de Laughton. –Lo leía en un banco de la Plaza Irlanda. Otras tres cuadras, sin mirarlo. Tu nombre aparece cuatro veces. –Sí, es como los Jardines Colgantes de Babilonia -dijo Lalo al pasar. –Una persona me está esperando en Rió, doctor. Ha viajado miles de kilómetros para verme. –Vamos -dije-. No entiendo. Los viejos tiempos están muertos y enterrados. Ya me castigaron por lo que hice. Y me han curado. Ah, Sicardi. La misión que debe encomendarle ahora es vital. El jefe de personal lleva ya más de diez minutos de pie, en la antesala de su despacho. Las secretarias le han dicho que, al entrar en los salones de la dirección, Sicardi clava la mirada en el piso, como si le pesara la importancia de ser él mismo y no creyera en la bendición de trabajar allí, en un puesto de tanta confianza..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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