15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Yo lo guardé -contestaba desde arriba la Loca- Está en la nevera. Vos otra vez ahí. Abstraída en el dibujo de tus flores torcidas. –Si depende de mí, no. Mi diario no cree una sola palabra de lo que dice tu jefe. A mi diario no lo puede asustar ni comprar. –Probemos, ¿no? -le contesté, y Georgie medio encogió losplechos, poniendorota de sapo. Así que les dije a Pete y al viejo Lerdo: -Ustedes,drugos, uno a cada lado de la puerta.¿De acuerdo? -Asintieron en la oscuridad, cierto cierto cierto.- Bueno -dije a Georgie, y avancé derecho hacia la puerta de calle. Había un timbre, y apreté el botón, y brrrrr brrrrr sonó en el vestíbulo. Parecía que se habían parado aslusarnos, como si laptitsa y loscotos estuviesen con las orejas vueltas hacia el brrrrr brrrrr, preguntándose qué pasaba. De modo que apreté el viejosvonoco unmalenquito más urgente. Acerqué larota al agujero de las cartas y hablé congolosa refinada: -Auxilio, señora, por favor. Mi amigo acaba de enfermarse en la calle. Le ruego que me permita telefonear a un médico. -Ahí pudevidear que se encendía una luz en el vestíbulo, y luego oí lasnogas de la viejabábuchca y las chinelas que hacían flip flap flip flap, acercándose a la puerta, y se me ocurrió, no sé por qué, que llevaba un gato grande y gordo debajo de cada brazo. Me habló, y lagolosa era extrañamente profunda: Entonces me sucedió algo. Al meter la mano en el bolsillo superior del saco, toqué los anillos. No sé qué buscaba, ni si buscaba alguna cosa. Tal vez fue uno de esos gestos mecánicos y sin sentido con los que simulamos tener algún propósito en la vida, aunque sea mínimo. Y ahí estaban los anillos. Dos anillos lisos y otro con una perla. Fue como si una descarga eléctrica me recorriera de la punta de los dedos a la conciencia: aquello había estado ahí, al acecho, esperando cualquier distracción para saltar sobre mí. La grava de la Plaza Irlanda, sus altos faroles que alumbraban las copas de los robles y los terebintos; las verjas del Colegio Santa Brígida; una calesita girando en la noche como un astro errante que agoniza. Y una lápida, algo como una lápida inmensa. Eso era Buenos Aires y era yo. Existo desde antes de este viaje a Córdoba. Soy anterior a este dolor de cabeza y a esta resaca de borrachera.Me llamo Esteban Espósito.Santiago seguía tomando mate, solo, a mil kilómetros de distancia, su perfil silencioso y contemplativo superpuesto con la fuerza de un grito a esa revelación de mí mismo. De haber sabido entonces lo que hoy sé, habría comprendido la razón. Había algo religioso y casi sagrado en aquel abstraído tomar mate del jujeño, como si ese cuarto fuera un templo donde un sacerdote (¿pero de qué liturgia?) estuviera celebrando ante mis ojos mi rito de iniciación. Dónde vas, ha preguntado el jujeño al ver que me pongo de pie. Necesito pensar en mí, le digo, y la frase suena tan grandiosa que me siento ridículo y sonrío, y él quiere saber si me pasa algo. –No sé si me interesa. ¿Y tu marido? -pregunto casi sin darme cuenta, mientras veo que los grupos se disgregan y que ya casi no queda nadie en la casa. –¿No? Sacándolo como pudimos, cargándolo como pudimos, tratando de no aumentarle su inconcebible dolor, en la camioneta destartalada de Aníbal lo llevamos al albergue. No bien le inyectamos en la vena el Eutanal y sin que transcurriera ni siquiera un segundo el perro murió. Entonces empecé a maldecir de Cristo el loco y de su santa madre y de su puta iglesia y de la hijueputez de Dios. –Supongo que ese chico también necesitaba conocer algunos detalles. –¿Rubén? Cuál Rubén. Él dijo con sencillez: No tuve más remedio quesmecar realmentejoroschó,videando que ella tenía en laruca venosa un bastón de madera oscura que alzó, amenazante. Así que mostrándole lossubos blancos me le acerqué un poco más, sin prisa, y en eso vi sobre un estante unaveschita hermosa, la cosamalenca más linda que unmálchico aficionado a la música como yo hubiese podidovidear con los propiosglasos, pues era lagolová y losplechos del propio Ludwig van, lo que llaman un busto, unavesche como de piedra, con largos cabellos de piedra y losglasos ciegos, y la corbata suelta y ancha. Me le eché encima sin pensarlo, mientras decía: -Bueno, qué hermoso y todo para mí. -Pero al acercarme, losglasos clavados en lavesche, y laruca hambrienta extendida, no vi los platos en el suelo, metí el pie en uno y casi pierdo el equilibrio.- Huuup -dije, tratando de enderezarme, pero la viejitaptitsa se había acercado por detrás sin que yo la notara, con muchoscorro para su edad, y ahí comenzó a hacer crac crac sobre lagolová con el palo. Y entonces me encontré apoyado en lasrucas y las rodillas, tratando de incorporarme y diciendo: -Mala, mala, mala. -Y ella seguía crac crac, gritando:- Perverso piojo de albañal, metiéndose en las casas de la genteauténtica.-No me gustaba el crac crac crac, así que tomé un extremo del palo cuando volvió a bajarlo sobre migolová, y ella perdió el equilibrio y quiso apoyarse en la mesa, pero entonces se vino abajo el mantel con la jarra y la botella de leche, y se oyó splosh splosh en todas direcciones, y la viejaptitsa cayó al suelo gruñendo y gritando: -Maldito seas, muchacho, esto me lo pagarás. -Ahora todos los gatos comenzaron aspugarse , y corrían y saltaban aterrorizados, y se agarraban entre ellos, y habíatolchocos de gatos con mucha movida delapas , y ptaaaaa y grrrr y craaaaaarc. Me enderecé sobre lasnogas y ahí estaba la maligna y vengativaforellastarria con los pelos alborotados y gruñendo mientras trataba de levantarse del suelo, de modo que le di unmalenco puntapié en ellitso, y no le gustó nada, y gritó: -Guaaaaaah -y se podía videar que ellitso venoso y manchado se le ponía púrpura donde yo había aplicado la viejanoga. –Robo y golpes. Dos hospitalizados. ¿Dónde estuvieron esta noche? –Estás pálido -le dijo Reina, ya en la calle.-Estoy bien -dijo él. Irreconocible, espléndido como a veces me gusta aparecer, salí esa tarde con Wílmar de mi apartamento como el rey Felipe, todo de negro hasta los pies vestido. Wílmar no daba crédito a sus ojos. Nunca estuvo más orgulloso de este su servidor con que andaba. ¿Los mendigos? Ni se atrevían a pedir. Se abrían enabanico para darnos paso. ¡Qué tipazo! Con decirles que el taxista cuando nos subimos al taxi apagó instintivamente el radio. ¿Que adonde deseaba ir el señor doctor? Pero también se oían lasgolosas de losmilitsos que ordenaban silencio, y hasta seslusaba elsvuco de alguien al quetolchocaban verdaderamentejoroschó y que hacía ouuuuu, y era como lagolosa de unaptitsastarria borracha, no de un hombre. En lacantora estaban conmigo cuatromilitsos, y todospiteabanchai en gran estilo: había una gran jarra sobre la mesa, y sorbían y eructaban y las jetas eran sucias ybolches. Por cierto que no me ofrecieron ni una gota. Loúnico que me dieron, hermanos míos, fue un espejostarrio y cal o so para que me mirase, y de veras yo ya no era vuestro bello y joven Narrador, sino un auténticostraco , con larota hinchada, losglasos enrojecidos, y la nariz un poco machucada. Todossmecaron realmentejoroschó cuandovidearon mi cara de desaliento, y uno dijo: -Como una joven pesadilla del amor. -Y entonces apareció un jefe de losmilitsos con cosas como estrellas en losplechos , para demostrar que picaba alto alto alto, y alvidearme dijo: -Hum. -Y así empezaron. –Bien, bien -dijeron los dos, y volvieron la página. Era como el retrato de una de esas aves grandes ybolches llamadas pavos reales, con todas las plumas desplegadas, mostrando vanidosa todos los colorines-.¿Sí? -dijo uno de estosvecos. –Es Joe -dijo mi ma-. Ahora vive aquí. Es nuestro pensionista. Oh, Dios Dios Dios. –¿No?.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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¿QUÉ SACÓ DE TU TIEMPO DE SILENCIO HOY?

Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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