15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–¿Qué le parece si me contesta unas cuantas, hermano? ¿Qué está haciendo aquí y por cuánto tiempo? No me gustó el tono de lo que acaba de decir. Andese con cuidado. Vamos, hable. -Era unveco de tipo obrero, muy feo, de unos treinta o cuarenta años, y ahora me miraba con larota abierta, singoborarslovo . Entonces mi pe dijo: IV Espósito se acercó y lo tomó por los brazos mientras el cuerpo de Bastían, tirando hacia abajo, iba haciéndose un ovillo y las venas de su cuello y de su frente se marcaban como cuerdas bajo la piel. Los músculos de sus brazos parecían de mármol. Tiene una fuerza inmensa, pensó asombrado Espósito. Lo soltó. –No fue conmigo, fue con vos y ahí están -replicaba yo y le señalaba el llavero sobre un arrume de papeles y basura. El que acaba de hablar es Lalo. Lalo Ocampo, cazador de búfalos. Ella se llama Austen, o Austin. Es enorme. Vasta y oscilante se ensancha hacia arriba (piernas cortas, torneaditas), lo cual le da un vago aspecto de globo Montgolfier. Su inteligencia no ha perdido los reflejos geniales del pasado, pero la realidad ya no le interesa: sabe que las noticias de un día serán barridas por las noticias del siguiente, y que casi ninguna se detendrá en la memoria, porque también las tragedias del mundo están condenadas a morir tarde o temprano, como los seres vivos. Ahora prefiere pasar el tiempo en la sala de videos, junto a la galería de geranios, repasando en DVD las películas de Hitchcock, Fellini, Visconti y Buñuel que nunca había podido volver a ver. Una tarde juntó fuerzas y puso en el aparato La noche del cazador, de Charles Laughton, pero aunque desde el comienzo le siguió pareciendo una obra maestra, detuvo la proyección en la escena del sermón de Robert Mitchum sobre el Amor y el Odio, y arrojó el pequeño disco a la basura. A veces prefiere leer: no pasa por alto una sola novela de la joven literatura inglesa, en especial las de Ishiguro y McEwan, y se ha aficionado a los ensayos de un filósofo francés, Gilles Deleuze, suicida y desdichado como Louis Althusser, por cuya historia criminal siente tanta fascinación. A ratos perdidos, corrige las crónicas que piensa agregar a su libro ya clásico, El abandono. –Perfectamente -dijo Rubinstein, congolosastarria-. Ahora te dejamos. Tenemos que hacer. Después vendremos a verte. Pasa el tiempo la mejor posible. Pero dejemos que este curita descanse en paz y pasemos a palabras mayores, al cardenal López T., el que se quería despachar Alexis. Muy delicadito él, de modales finos y adamados, perfumados, se empeñó en hacer negocios con el narcotráfico, el único que tenía aquí dinero contante y sonante. Cartas quedan de este cardenal al gran capo ofreciéndole en venta terrenos de la Curia. ¿Y no le importaban al cardenal -preguntará usted- los incontables muertos de las bombas, de las muchas que mandó estallar el gran capo, todos ellos gentecitas humildes y buenas, del "pueblo"? Sí, tanto como a mí. Un muerto pobre es un pobre muerto, y cien son cien. No lo critico por eso. Loque no le perdono, lo que me está quitando el sueño y más que el café, es que se haya ido a Roma con las joyas que se robó y su afeminamiento. La llevó a Amherst, Massachusetts, para que viera la casa y el escritorio mínimo donde la solterona Emily Dickinson había escrito algunos de los mejores poemas del siglo XIX, aislada del mundo, en una comunidad que tenía poco más de cuatro mil habitantes, ¿te das cuenta, Reina?, mientras recitaba alentrar en la ruta 116, ya llegando a Amherst, algunos de los versos con los que esa mujer tímida, aquejada de nefritis, había cambiado para siempre el orden de los sentimientos: ¿Por qué apurarnos por qué, en verdad? /A cualquier lugar que vayamos / Nos molestará por igual / La inmortalidad Hermanos míos y mis únicos amigos, aquí empieza la parte realmente dolorosa y casi trágica de la historia, en lastaja (la prisión del Estado) número 84F. Ustedes no tendrán muchas ganas deslusar toda lacala y el horriblerascaso de mi pe que alzaba lasrucas gastadas ycrobosas contra el injustoBogo que está en el Cielo, y cómo mi eme retorcía larota haciendo ouuu ouuu ouuu, mostrando el dolor de una madre ante la pérdida del hijo único, fruto de sus entrañas, de modo que todos estaban deprimidos realmentejoroschó . Luego vino el magistradostarrio y muy severo en el tribunal de primera instancia, ygoboró algunosslovos muy duros contra vuestro Amigo y Humilde Narrador, después de toda lacala y lasgrasñas mentiras que dijeron P. R. Deltoid y losmilitsos,Bogo los confunda, y me tuvieron un tiempo en custodia, entre perversosvonosos yprestúpnicos. Y luego siguió el proceso en el tribunal superior, con jueces y un jurado, y por cierto que hubo algunosslovos muy muy feos, pero lasgolosas eran muy solemnes, y luegogoboraron Culpable, y mi eme hizo mucho bujujú bujujú cuando dijeron catorce años, oh hermanos míos. Y aquí estaba yo ahora, dos años desde el día que me metieron en la staja 84F, vestido a la última moda de la prisión, que era un traje enterizo de un hediondo colorcala , y el número cosido a la altura delgrudo , justo encima del viejo tic-tac, y también en la espalda, de manera que yendo o viniendo yo era siempre 6655321, ya no vuestrodrugito Alex. –No -dijiste. Él sonrió. –Un plano -dijo el editor de Política. Lo extendió sobre el escritorio. A los dos lados del altar mayor se alzaban los escaños de los monjes. Enfrente se desplegaban cuatro reclinatorios y, detrás, los bancos de los feligreses. Había otros tres altares menores o camarines cerca del atrio, todos identificados con un número. En la tarde se abrió como un túnel, uno de esos huecos donde realmente ocurren las cosas. Sentí que te volvías lejana, como alguien a quien se ha conocido hace mucho tiempo y cuyos rasgos apenas pueden ser reconstruidos por la memoria o la imaginación, pero no sólo así, no sólo lejana en esa dirección que llamamos tiempo y que al fin de cuentas es siempre contigua y alcanzable por el recuerdo, sino, pensé, lejana de un modo casi absoluto, casi físico, como cuando de chico invertía las lentes de un prismático y los objetos eran lanzados prodigiosamente a regiones remotísimas, o como cuando despertaba en plena noche, también durante la infancia, con el cuerpo envuelto por la fiebre, viendo que mi padre y mi madre seguían sentados al borde de la cama, pero tan distantes, tan inalcanzables, y oía el sonido de sus voces huecas sin comprender las palabras. –No es así, no es así. Si quiere, alguna vez lo hablamos. Un día menos difícil que hoy. Fue entonces cuando la Loca comentó desde el segundo piso, desde su ventana: –Perra, perra -siguió el anciano-. ¿Y ahora por qué no te pusiste los guantes del hospital, eh? ¿Ya no te da asco tocarme? –Santiago, estás loco -dijiste vos. Estabas alarmada realmente, no sé de qué lado de la realidad; pero debió de ser en aquél porque miraste al mozo y encendiste un cigarrillo. La primera vez que te veía fumar. –Entonces dijo algo. –No era la hija. -Habías agachado la cabeza y buscabas algo en la cartera. No pude verte la cara. -Pero es cierto, hay historias peores… -Te mirabas en un espejito de mano. Lo que veías no pareció gustarte. -Qué monstruo -dijiste inexpresivamente, pero no hablabas de tu cara, ni conmigo-.Voy a pintarme. Dijiste que sí..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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