15 de enero de 2025
Comentario destacado
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–Darío. –Eso es lo que vos crees. Siempre van juntos. Lo que de paso me recuerda que al Jardín no nos van a dejar entrar con mujeres. Dijiste que sí. Esa misma tarde fui arrastrado limpia y gentilmente por unoschasos brutalmentetolchocadores avidear al director en su propia oficina: el sagrado santuario de lo sagrado. El director me miró con aire de fatiga y dijo: -Supongo que no conoces al hombre que vino esta mañana, ¿no es así, 6655321? -Y sin esperar mi respuesta continuó: -Era nada menos que el ministro del Interior, el nuevo ministro del Interior, y lo que llaman una escoba muy nueva. Bien, estas ridículas ideas modernas se aplicarán al fin, y órdenes son órdenes, aunque puedo decirte en confianza que no las apruebo. En efecto, las rechazo vigorosamente. Mi fórmula es ojo por ojo. Si alguien te pega, tú le devuelves el golpe, ¿no es así? Entonces, ¿por qué el Estado castigado gravemente por esa chusma brutal que son todos ustedes no ha de devolver el golpe? Pero la nueva idea es decir no. La nueva idea es la de convertir lo malo en bueno. Y eso me parece una grave injusticia, ¿eh? Ahora, mientras me incorporaba entre todos loscotos y lascotascracantes ,slusé nada menos que el chumchum de la vieja sirena policial a la distancia, y comprendíscorro que la viejaforella de los gatos había estado hablando por teléfono con losmilitsos cuando yo creí quegoboraba con sus bestias maulladoras, pues se le habían despertadoscorro las sospechas cuando yo toqué el viejosvonoco pretendiendo que necesitaba ayuda. Así que ahora, alslusar el temido chumchum del coche de losmilitsos, corrí hacia la puerta del frente y me costó unraboto del infierno quitar todos los cerrojos y cadenas y cerraduras y otrasvesches protectoras. Al fin conseguí abrir, y quién estaba en el umbral sino el viejo Lerdo, y ahí mismo alcancé avidear la huida de los otros dos de mis llamadosdrugos. -Largo de aquí -criché al Lerdo-. Llegan losmilitsos. -El Lerdo dijo: -Tú te quedas a recibirlos juh juh juh juh -y entonces vi que había desenroscado elusy , y ahora lo levantaba y lo hacía silbar juisssss y me daba un golpe rápido y artístico en los párpados, pues alcancé a cerrarlos a tiempo. Y cuando yo estaba aullando y tratando devidear y aguantar el terrible dolor, el Lerdo dijo: -No me gustó que hicieras lo que hiciste, viejodrugo. No fue justo que me trataras de ese modo,brato . -Y luego leslusé las botasbolches y pesadas que se alejaban, mientras hacía juh juh juh juh en la oscuridad, y apenas siete segundos despuésslusé el coche de losmilitsos que venía con un roñoso y largo aullido de la sirena, que iba apagándose, como un animalbesuño que jadea. Yo también estaba aullando y manoteando, y en eso me di con lagolová contra la pared del vestíbulo, pues tenía losglasos completamente cerrados y el jugo me brotaba a chorros, y dolor dolor dolor. Así andaba a tientas por el vestíbulo cuando llegaron losmilitsos. Por supuesto, no podíavidearlos, pero sí podíaslusarlos y olía condenadamente bien elvono de los bastardos, y pronto pude sentirlos cuando se pusieron bruscos y practicaron la vieja escena de retorcer el brazo, sacándome a la calle. Tambiénslusé lagolosa de unmilitso que decía desde el cuarto de loscotos y lascotas: -Recibió un feo golpe, pero todavía respira -y por todas partes maullidos y bufidos. –No estoy segura. Hace dos años fui a México. Viajé sola, en ómnibus, con una mochila al hombro. Una mañana caí en Tonantzintla, a diez minutos de Puebla. Quería verla pirámide de Cholula pero el ómnibus se desvió a ese lugar desierto. No había un alma: nada de farmacias ni cafés nitiendas de artesanía. El páramo. Entré a una iglesia llena de ornamentos, sin un solo milímetro vacío. Todas las vidas que faltaban afuera estaban dentro, en las tallas de los muros. Había retablos, arcángeles como mascarones de proa y vírgenes. Cada una llevaba en brazos no un Niño Jesússino dos. Algunas tenían cuatro pechos. Al salir, en el atrio, uno de los gulas me vendió el evangelio de los valenrinianos. Me quedé con ganas de escribir sobre los mesas gemelos. Oí que durante la filmación de La noche del cazador uno de los actores estaba leyendo a los valentinianos y creíde buena fe que debía ser Mitchum. No se me ocurrió que podía ser el director. W sinful thinking. A veces la historia no es como debió haber sido sino como es. –Cómo sabía qué. –Necesito verte antes. –Sí -dijo Verónica-. Y qué más querés saber. –Quién es el enano del vozarrón -le pregunté a Verónica. –El hombre propone y Dios dispone -dice el doctor Cantilo-. Situación curiosa, ¿no? Por la selva del Amazonas andaba pues sin cédula. ¿Cómo pasaba los retenes del ejército sin cédula para irse a fumar marihuana en el corazón de la jungla? Vaya Dios a saber, de eso tampoco hablaba. De nada hablaba. Vidrio que él quebró, casa que él destrozó, ajena o propia, vidrio y casa que se le borraban de la cabeza ipso facto.Los horrores que me hizo a mí no tienen cuento. Cuando el eminentísimo doctor Barraquer me trasplantó una córnea, Darío de un guitarrazo en la cabeza me desprendió la retina. ¡Cuántas guitarras en su vida no quebró! Canción tocada guitarra quebrada. El amasiato de la marihuana y el aguardiente le desencadenaba a Darío una verdadera furia de destrucción. ¿Cómo lo aguantaban los amigos? No sé. ¿Cómo lo aguantaba la familia? No sé. ¿Cómo lo aguantaba yo? No sé. No sé cómo lo aguanté cincuenta años. ¡Y los vecinos, por Dios, los vecinos! Dejaba el grifo del agua abierto,cerraba con triple llave su apartamento para que no se lo fueran a robar, y se iba quince días a la Amazonia a meditar. Les inundaba a todos los apartamentos: al vecino de abajo, al de más abajo, al de la planta baja, chorreando el agua, bajando en chorritos cristalinos por la escalera, de escalón en escalón y diciendo din dan. Din dan, din dan… ¿Y no le inundaban a él su apartamento? Si, se lo inundaba el cielo cuando llovía, por las goteras del techo, que era el del edificio y estaba vuelto una coladera. se va. Arroyos enloquecidos bajaban de la montaña volcándose sobre la carretera, y un viento rugiente nos mentaba la madre y nos aventaba la lluvia en ráfagas de abalorios. –¡Adiós! ¡Adiós! ¡Fernando! Entonces volví de golpe a mi cuarto de esa lejana casa o manicomio del barrio de Laureles y una vez más vi a mi señora la Muerte, observándome con curiosidad lujuriosa desde el cielorraso manchado por las filtraciones de la lluvia. De modo que cada uno tomó por su lado, y yo eructando arrrgh por la coca fría que habíapiteado . Tenía labritba lista por si alguno de losdrugos de Billyboy estaba esperando cerca del bloque de viviendas, o para el caso cualquiera de las demás bandas, o grupos oschaicas que de tanto en tanto estaban en guerra con uno. Yo vivía con mi pe y mi eme en las casas del bloque municipal 18A, entre la avenida Kingsley y la calle Wilson. Llegué a la puerta de calle sin inconveniente, aunque pasé al Iado de un jovenmálchico extendido, que gemía ycrichaba en la calzada, bien cortadito por todos lados, ya la luz del farol vi también manchas de sangre aquí y allá, como firmas, oh hermanos míos, de los juegos de la noche. Y también vi, junto al 18A, un par deniznos dedébochca, seguramente arrancados con brusquedad en el calor del momento, hermanos míos. Entré en el edificio. En el vestíbulo se veía la buena y vieja pintura municipal sobre las paredes -vecos yptitsas muy bien desarrollados, severos en la dignidad del trabajo, en el banco o la máquina, sin un centímetro deplatis sobre losplotos bien conformados. Por supuesto, como podía adivinarse, algunos de losmálchicos del 18A habían embellecido y decorado el gran cuadro con lápiz y bolígrafo hábiles, agregando pelos y palos bien rígidos yslovos sucios a lasrotas dignas de estosvecos ydébochcasnagos . Me acerqué al ascensor, pero no era necesario apretar elnopca para saber que no funcionaba, porque esa noche lo habíantolchocado realmentejoroschó; las puertas de metal estaban completamente abolladas, lo que indicaba una fuerza de veras notable. De modo que tuve que subir por la escalera los diez pisos. Lo hice maldiciendo y jadeando, cansado del cuerpo ya que no del cerebro. Esa noche necesitaba urgentemente oír música, quizás a causa de ladébochca que había cantado en elKorova.Quería darme un atracón, hermanos míos, antes de que me sellaran el pasaporte en la frontera del sueño y levantaran elschesto rayado para dejarme pasar. –Salgamos -dijo-. Conversemos afuera. Desde el fondo negro de sus almitas negras a su vez se sonríen, y entran al edificio escombrándome la entrada de basura humana. Mi deseo más ferviente esta noche es que se queme esta deleznable caja de cartón con esta bazofia adentro no bien pare de nevar y no haya nieve que extinga el fuego. Que ardan el edificio y sus fornicadores de paredes. ¿Odio luego existo? No. El odio a mí me lo borra el amor. Amo a los animales: a los perros, a los caballos, a las vacas, a las ratas, y el brillo helado de las serpientes cuando las toco me calienta el alma. En cuanto a los que se llaman a si mismos «racionales» -blancos, negros, verdes o amarillos- ah, eso ya sí es otro cantar, mejor dejemos así la cosa..

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Esta es una pregunta que Jack Wyrtzen me hizo en una conversación telefónica hace muchos años. Me gustaría hacerte la misma pregunta. Me quedé sin palabras porque no tenía un plan para leer la Palabra de Dios todos los días y compartirla. Como resultado, esta pregunta cambió el curso de mi vida al leer la Palabra de Dios y compartir mis pensamientos con mi familia y otras personas todos los días. Si deseas recibir estos pensamientos, solo haz clic en el botón a continuación y es gratis .

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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