15 de enero de 2025
Comentario destacado
A 5 paragraph essay
Se le cruzaron como una ráfaga las imágenes de Ángela. La había visto por última vez hacía ocho meses, ¿o ya nueve?, pero no lograba retener casi ningún recuerdo de ese día. podía representarse a sí mismo caminando por los pasillos interminables del aeropuerto O'Hare, en Chicago, y buscando el cuarto de hospital dondeÁngela había vuelto a caer postrada, después de una fugaz ilusión de mejoría. Pero la memoria de la visita se le había evaporado. Ni siquiera había podido acariciar las manos de la enferma, inflamadas por las agujas de los sueros, pero a lo mejor la había besado en la frente. ¿Eso había sido todo? Era más fácil retener la imagen feliz de la infancia de Ángela, cuando se sentaban juntos al piano y él, Camargo, fingía que tocaba Para Elisa, aunque no tenía la menor idea de cómo hacerlo, sólo para que la hija lo apartara del teclado y lo corrigiera: «No, papá, así no. Fijateen mis dedos. Ves que no hay nada más fácil en el mundo?». Es más fácil morir que vivir, ¿no es cierto, Ángela?: es más seguro no nacer que existir. En la existencia hay siempre un recuerdo, por mínimo y fugaz que sea, y ese recuerdo siempre te convertirá en otro ser, en otra cosa. No hayforma de quitarse los recuerdos como quien se quita una camisa, y por eso jamás querés recordar nada, Camargo: para que los recuerdos no te modifiquen y te impidan ser quien sos. ¿Para qué quieren que vayas a ver el cuerpo muerto de tu hija? Ángela llevaba meses en la cama y debía de haber adelgazado mucho. «Apenas treinta y dos kilos, papá: parece un pajarito», re había dicho Diana. Si la recordabas así, exangüe, quedarlas atrapado por la fijeza invencible de esa imagen y todas las demás se borrarían. Cada vida deja un recuerdo, uno solo, y Camargo prefería conservar los que ya estaban en él, sin añadir uno nuevo que, además, podía ser terrible. Eso es lo que sucede al fin. La mujer, al entrar en su dormitorio, repite algunos detalles del antiguo ritual: lucha con ahínco para desprenderse de las botas y se libera de las medias alzando las piernas, algo derechas para el gusto de Camargo y de tobillos demasiado gruesos, aunque adornados por una tenue mancha, un lunar que él se desespera por besar ahora mismo. También esta vez Reina se quita la blusa por arriba de la cabeza y explora el olor de las axilas. Quién sabe si se ha bañado antes de salir. Es posible que lo haya hecho durante una de las breves ráfagas de sueño a las que él sucumbió sin querer, pero aun así, después de un día entero de cabalgata, el perfume de los jabones se habrá disipado ya, permitiendo que regresen los humores de su piel. Una vez más, Camargo examina la cicatriz que la mujer tiene debajo del ombligo, sobre el nacimiento del vello, vestigio de una operación de apendicitis mal suturada en la niñez. La mujer es siempre elusiva cuando habla de su pasado, y respondió con hostilidad cuando Camargo se atrevió a preguntarle cuándo y con quién había perdido la virginidad o cuál era el recuerdo sexual más intenso de su vida. Por supuesto que no; es un acertijo. Puede significar dos cosas. O bien que yo existo y, como habíamos convenido, ya es tiempo de abandonar la adolescencia, el pudor argentino, y tutearme? o bien que "vos" es, en efecto la respuesta. –Bajá y decile a tu papá que ponga la lavadora, que él sabe -me mandaba a mí, que pasaba. –No sé de qué estás hablando -dije sin mentir. En ese momento sentí una especie de soledad repentina y al mismo tiempo antigua. Tenía que ver con vos, pero sobre todo con Santiago y conmigo. Un hueco de algo entre el jujeño y yo. –No sé de qué estás hablando -dije sin mentir. Hermanos, dormí toda la noche realmentejoroschó, sin ninguna clase de sueños, y la mañana amaneció clara y fría, y sentí el agradablevono del desayuno que estaba friéndose allá abajo. Me llevó cierto tiempo saber dónde estaba, como ocurre siempre, pero pronto recordé, y entonces me sentí caliente y protegido. Pero mientras estaba tendido en la cama, esperando que me llamaran a desayunar, pensé que tenía que conocer el nombre de esteveco bondadoso, protector y casi maternal, así que caminé por el cuarto con lasnogas desnudas buscandoLa naranja mecánica,que seguramente tenía escrito elimya delveco, ya queél era el autor. En mi dormitorio no había más que una cama, una silla y una lámpara, de modo que caminé hasta una puerta que daba al dormitorio delveco, y allí vi a la mujer en la pared, unabolche foto ampliada, de modo que me sentí unmalenco enfermo recordando. Pero también había dos o tres estantes de libros, y tal como lo había pensado, encontré un ejemplar deLa naranja mecánica,y en el lomo del libro, como en la columna vertebral, estaba elimya del autor: F. Alexander. GranBogo, pensé, es otro Alex. Recorrí las hojas del libro, de pie, en piyama y con lasnogas desnudas, pero no sentía nada de frío pues la casita estaba tibia. Yo no podía entender de qué trataba el libro. Parecía escrito en un estilo muybesuño, de Ah Ah y Oh Oh y toda esacala, pero lo que se sacaba en limpio era que ahora estaban convirtiendo en máquinas a todos losliudos, y que en realidad todos -usted y yo yél y bésame losscharros- tenían que ir creciendo de manera natural, como una fruta. Según parece, F. Alexander pensaba que todos crecemos en lo que él llamaba el árbol del mundo y el jardín del mundo, que el mismoBogo o Dios había plantado, y así estábamos allí, porqueBogo o Dios nos necesitaba para satisfacer el amor ardiente que tenía por nosotros, o algunacala por el estilo. No me gustó elchumchum de todo eso, oh hermanos míos, y me pregunté hasta qué punto estaríabesuño este F. Alexander, quizá porque la mujer habíasnufado. Pero en eso me llamó desde abajo con unagolosa de tipo en sus cabales, con mucha alegría y amor y toda esacala, y abajo fue Vuestro Humilde Narrador. –Acaso usted sufra efectos secundarios desagradables -le advierte-: anemia, un poco de ansiedad, algo de fiebre. Y entretanto, con la sirena a todo volumen,iteábamos en dirección al cuchitril de losmilitsos , yo encajonado entre dos, y de vez en cuando los prepotentes matones me largaban algún ligerotolchoco. Entonces descubrí que podía abrir unmalenco los párpados de losglasos, y a través de las lágrimas vi la ciudad que corría a los costados, como si las luces se persiguieran unas a otras. Y con losglasos que me escocían vi a los dosmilitsossmecantes sentados atrás conmigo, y al conductor de cuello delgado, y al lado el bastardo de cuello grueso, y éste megoborabasarco , y me decía: -Bueno, querido Alex, todos esperamos pasar una grata velada juntos, ¿no es cierto? No podes darte cuenta de siél está lúcido o bajo el efecto de alguna droga cuando entran al cuarto de la mujer. En el ascensor se ha movido con torpeza, enredado todavía en los telares del sueño. Después, más allá del corto pasillo de acceso, la luz del velador le hiere los ojos y, cuando alza las manos para cubrírselos, ves que tiene las pupilas dilatadas. Le has encarecido una y otra vez que se mantenga ágil y alerta para la misión de esa noche. Le has ordenado que no beba y, si es posible, que tampoco se llene el estómago de la podredumbre que sirven en los refugios de caridad. Le has dicho: «Cuando todo termine, podrás hacer lo que quieras, Momir. Podrás hartarte de alcohol, de cocaína. Vas a ser dueño de tu cuerpo. Pero sólo una sola vez, sólo esta noche, voy a necesitar lo que aún te queda de inteligencia, de fuerza, de salud». Lo que le has pedido es apenas un destello de su estropeadanaturaleza: le has pedido un brote de su indecencia, de la vida que él mismo ha echado a perder. Y a cambio le has ofrecido la vuelta a casa. Es algo que no se mide en pasaportes ni en pasajes sino en algo mucho más sutil: en sentimientos perdidos que se dejan caer dentro del ser tal/como fueron alguna vez, tan nítidos como esos dibujos que aparecen en los cuadernos cuando los niños van humedeciendo los contornos con sus dedos. Cualquier otro pagaría por hacer el servicio que estás pidiendo y te enfurece, cada vez que lo piensas, la hostilidad con que la sin techo ha exigido su parte. Njegov pasa, passaporto, qué audacia. –No. –Yo también quisiera oír la radio -dijo Reina-. ¿Puedo saber qué pasa? Mi hermana Gloría es una mujer fantástica, de armas tomar. A su primer marido, un borrachín de siete suelas, culibajito y grosero, lo tomó una noche del cuello de la camisa, lo llevó al balcón, y desde el penthouse de su edificio de apartamentos de siete pisos del que ella es dueña (y que en un país de indigentes le produce una millonada al mes) lo soltó al vacío como un calzón cagado. ¡Tas! Cayó el borrachito de culos pataleando. Sobrevivió. Y por ahí anda con otra mujer, borracho y descaderado, engendrando hijos y más hijos y bebiendo aguardiente y más aguardiente que es lo que hacen allá. Dizque ésa es la felicidad. –Lo metí para que no se fuera a dañar -contestaba desde arriba la santa-. ¡Yo no sé qué va a ser de esta casa cuando me muera!.

Lou Nicholes
Presentando Family Times: Lou Nicholes

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Somos una familia misionera que ha ministrado con Word of Life Fellowship desde 1962. Esta es una organización internacional de jóvenes fundada por Jack Wyrtzen, con sede en Schroon Lake, Nueva York. Lou Nicholes creció en una pequeña granja en el sureste de Ohio.

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